Uno de los retos de la convivencia con el CMm (cáncer de mama metastásico) es afrontar la montaña rusa emocional en la que el paciente se embarca. Desde el momento de la detección, en el que tienen que encajar que padecen una enfermedad incurable, afrontan muchas situaciones difíciles de gestionar: comunicar a su entorno el diagnóstico, tomar decisiones sobre su futuro laboral, iniciar el tratamiento, esperar a resultados, enfrentar cada día los efectos secundarios de las terapias… todo ello mientras se intenta continuar con una vida personal. En este camino de altibajos, de objetivos y obstáculos, es común que los pacientes encuentren difícil saber cómo evaluar sus emociones y encontrar una forma sana de convivir con ellas. Por ello, hoy nos centramos en cómo pueden afrontar el cuidado de la salud mental para seguir mirando el día a día con esperanza.
¿Cómo afrontan los pacientes el diagnóstico?
Cada persona diagnosticada atraviesa el momento de la detección de forma diferente. No está en la misma situación la persona que ha padecido un cáncer primario, lo ha superado y pasa a sufrir un nuevo desarrollo metastásico que a quien se le detecta de forma directa un CMm. La primera seguramente conocía la posibilidad de recaída, pero quizá pensaba que “no le iba a tocar”; la segunda debe asimilar a la vez la enfermedad y el pronóstico negativo. A eso se unen otras diferencias, como tener o no familia, el momento personal, el carácter o la edad, que hacen que no haya una reacción única al diagnóstico.
Sin embargo, nadie está preparado para saber que padece una patología sin cura, con un pronóstico negativo y un tratamiento incierto. Los sentimientos de miedo, ansiedad, incertidumbre, enfado y triteza son comunes tras conocer la noticia. Las preocupaciones normales quedan a un lado y otras, más acuciantes. ¿Cómo decírselo a la familia, la pareja o los amigos? ¿Qué será de ellos? ¿Qué pasa con todos esos planes que tenía a largo plazo?
Estas emociones y dudas son normales. Lo que puede no serlo es que sigan creciendo, que no puedan afrontarse y que lleguen a bloquear a la persona hasta convertir su vida en una espiral negativa. Para evitar que esto suceda, se puede buscar ayuda tanto del entorno como de personas externas, como profesionales psicológicos u otros pacientes. Quienes atraviesan este trance no están solos y deben saber que pueden dar salida a estos sentimientos.
¿Qué ocurre en la convivencia con la enfermedad?
Una vez superado el momento del diagnóstico llega el día a día. Y, con él, situaciones que escapan al control de los pacientes. La evolución de la enfermedad, las distintas consecuencias del tratamiento y los resultados pueden afectar a su estado anímico. En estos momentos, aunque quienes padecen CMm intenten hacer lo posible – y lo imposible – por encontrarse bien, pueden aparecer la apatía, el cansancio, la impotencia o la tristeza.
Luchar contra estos sentimientos, obligarse a funcionar cuando la mente y el cuerpo no acompañan, puede añadir frustración y agravar el problema. La exigencia tiene un límite: aceptar que hay días “malos”, que no se puede (ni se tiene) que hacer todo ya y que llegarán días “buenos”. Y en ese camino hacia la aceptación, el autocuidado, la autocomprensión y el apoyo son importantes.
Más allá de la montaña rusa del día a día, habrá momentos concretos que desafían la salud mental de los pacientes. Uno de ellos es, sin duda, el empeoramiento del pronóstico, la recaída que se da cuando, tras probar un tratamiento, éste deja de funcionar. Aquí se inicia un nuevo proceso de búsqueda de terapia y de pruebas para saber qué ha cambiado... y con él se renuevan sentimientos de inseguridad, miedo y desánimo. Por un lado, por ver y sentir la evolución del CMm; por otro, por tener que volver a pensar en "cuánto tiempo funcionará el medicamento" sin una respuesta clara.
Si a todo ello se suman obstáculos "artificiales", que superan lo puramente médico, como las dificultades económicas asociadas a la enfermedad o la necesidades de moverse de una ciudad a otra para recibir tratamiento, la ansiedad, la desesperanza y la sensación de incomprensión se unen al cóctel emocional. En estas situaciones tan difíciles, la ayuda ya no es relevante, sino fundamental. Y pedirla, una de las lecciones a aprender en la convivencia con la patología.
La esperanza de un día más
El telón de fondo de estas emociones es la idea de que el tiempo de vida ya no es infinito. Así lo definía Silvia Vega, paciente de CMm, al hablar de cómo recibió ella el diagnóstico. De golpe, todo lo que se quería hacer se tambalea; el futuro que vive en la mente de la persona se reduce.
Pero lo cierto es que ninguna persona es eterna. Cambiar la perspectiva, redefinir los objetivos y pensar en el corto plazo son una forma de reconciliarse con la vida de convivencia con la enfermedad. “Tengo hoy y probablemente tengo mañana, voy a aprovechar para hacer ahora todas esas cosas que planeas hacer en otro momento. El momento es ahora o nunca”, aseguraba Silvia.
Así, con la esperanza de un día más, con la vista en el camino y no en el fin, con la compañía de otros pacientes, entorno y personal médico, quien padece cáncer de mama metastásico podrá seguir cumpliendo las metas que se proponga.